martes, 16 de septiembre de 2014

Quizás el aspecto más noble y atrayente, más interesante y fecundo del ajedrez, sea el de considerarlo como una actividad espiritual que sintetiza en maravillosa correspondencia de imagen las de la vida humana. El ajedrez constituye un embellecimiento de la vida humana en el orden intelectual y moral. Intelectualmente, porque es una especulación profunda y desinteresada, donde el hombre, ensimismado en cálculo y sumergido, por decirlo así, en el éter purificante de sus combinaciones, se desembaraza de la pétrea corteza de egocentrismo que normalmente le aprisiona para convertirse en sujeto puro de conocimiento pleno de libertad. Y cuando, después de estos vuelos de altísimo itinerario, el ajedrecista aterriza en el campo de las finalidades concretas, la especulación puramente teórica se transforma en combate apasionado que templa y pone tensas las cualidades más elevadas del carácter y de la inteligencia para la consecución de la victoria, con exclusión desdeñosa de impulsos subalternos, como el afán de lucro y el mismo amor propio. Por ello, en la práctica de esta lucha cerebral, deberemos proponernos, con esfuerzo máximo y tenaz, el desarrollo de la inventiva, la comprensión y la coordinación sujetando a una metodización sistemática el discurso mental en servicio de un ansia legítima de triunfo. (El texto no es mío, pero me pareció excelente y con pequeñas modificaciones lo copio aquí)

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